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A pedazos

Me pregunto si el patólogo realizó el corte en la frente o en la nuca del muerto. Desde que leí aquel dato cultural, tan perturbador, no he dejado de darle vueltas a la escena. Y es que hay tantas cosas en este mundo que superan la ficción, que a veces es difícil de creer.

 

Imagino al muerto sobre la cama del hospital, desangrado por dentro, vencido por un aneurisma de la aorta abdominal. Me pregunto cuánto tiempo la sangre permanece en estado líquido después de la muerte, cuánto tarda en coagularse, en que la gravedad haga lo suyo y se espese, se endurezca como roca entre las piernas, entre los pies. Porque todo viaja hacia abajo, ¿no? Ah, pero si el muerto muere acostado, entonces los pies no están abajo… No lo sé, detalles que importan poco a la hora de lo inevitable, de lo irremediable, de lo definitivo. Esas extremidades que durante la vida nos llevan y nos traen, en la muerte se vuelven ladrillos, simple materia estática ajena al paso del tiempo.

 

Ese muerto en particular había dejado muy claro que quería ser incinerado, no le interesaba terminar en un mausoleo, no quería funeral, ni homenajes, ni nombres grabados en piedra. Supongo que tampoco quería que lo estuvieran jodiendo durante el resto de la eternidad con visitas alrededor de su tumba. Lo que él quería era viajar en el tiempo, trascender el espacio, entender la luz, la energía. Todo eso que estudió durante sus 76 años de vida.

 

Y me sigo preguntando… ¿qué habrá pensado aquel genio al percibirse muerto sobre una cama de hospital? Ese hombre que dijo que la vida era como andar en bicicleta y que para mantener el equilibrio, debemos seguir moviéndonos. Lo pienso ahí, postrado, sin ninguna posibilidad de pedalear hacia ningún lado. ¿Qué habrá sentido al verse reducido a nada? Ese erudito que creía que lo más importante era jamás dejarse de preguntar, ese que afirmó que, de no haber sido físico, hubiera sido músico.

 

Buena idea, voy a poner música para continuar con esta historia… Sadness de Enigma. Y es que viene la parte más difícil de digerir. ¿Qué habrá experimentado ese hombre cuando le cortaron el cráneo? Cuando el patólogo goteaba sudor sobre su cara azulada, o ya gris, o vaya uno a saber. El profesional en muertos también tenía sus obsesiones, y cuando se enteró de que aquel genio no quería ni autopsia ni tumbas, cuando supo que su cuerpo, en breve, sería polvo y nada más, entonces decidió que, sin importar las consecuencias de sus actos, debía extraerle el cerebro antes de que lo consumiera el fuego.

 

Y así, tal cual, el señor Thomas Stoltz Harvey, que trabajaba en el hospital de Princeton, extrajo el cerebro del erudito y lo conservó en su laboratorio durante años. Cabe aclarar que no lo guardó entero… No. Lo cortó en pedacitos, (en algunos artículos usan la palabra láminas). ¡Cortó el cerebro en láminas! ¿Qué clase de frialdad se necesita para extirpar un cerebro y desmembrarlo en capas? Supongo que la frialdad de la ambición, de la curiosidad, de la locura… ¿o acaso de la ciencia?


El cerebro de uno de los hombres más inteligentes de la historia quería ser estudiado por el médico patólogo. Para ello lo guardó en frascos de cristal. Y ya veo el alma de Einstein queriendo estrangular a ese que manipulaba su cuerpo inerte. O tal vez riéndose al ver cómo el doctor intentaba poseer y comprender una inteligencia que, para él, probablemente era más una carga que una bendición (aunque esto sí lo estoy inventando). Pero lo que no invento es que Einstein fue un hombre solitario, a menudo incomprendido, con relaciones complejas y problemáticas. Porque no dudo que ser genio también salga caro, porque la vida, como bien sabemos, es un continuo trueque y a nadie nunca le toca todo.

 

Volviendo al tema, ¿qué habrá pensado el alma de Einstein al ver su cerebro flotando en formol o en sidra, o en lo que sea que el doctor haya usado para preservar su órgano más preciado, su órgano ya sin vida, pero aún lleno de información? ¿Qué habrá sentido al ver, durante años, su propia mente suspendida y arrugada sobre una simple mesa en el laboratorio del médico? Ya lo sé, probablemente nada. Pero, aun así, me gusta preguntármelo.

 

Y es que no fue hasta 1978 (veinte años después de su muerte) cuando el médico finalmente decidió hablar con la prensa… En esa confesión, Harvey admitió que extrajo el cerebro sin autorización de la familia y que, además, lo rebanó y distribuyó entre otros médicos para su estudio. Por supuesto, la familia se indignó, el doctor fue despedido de Princeton y, seguramente, a esas alturas Einstein ya estaría dando marometas en un agujero negro, en un lugar donde el cerebro vale para pura madre…

 

Los hallazgos no fueron ni siquiera tan interesantes. El médico murió sin publicar ninguna investigación sobre el cerebro de Einstein. Fue después, cuando la investigadora Marian Diamond descubrió que Einstein tenía más células gliales por neurona y que su lóbulo parietal inferior era más ancho de lo normal. Yo no tengo la menor idea de neurociencia, pero lo que realmente me perturba es si Harvey, en algún momento, consideró la posibilidad de preparar suplementos a base del cerebro de Einstein para replicar su inteligencia.

 

Al final, la hija de Einstein logró recuperar algún pedazo del cerebro de su padre, pero lo más irónico es que uno de los cachos perdidos se exhibe en este momento en el Museo Mütter de Filadelfia… Me pregunto qué pensará Einstein al ver el reflejo de su alma en el frasco expuesto al morbo de los curiosos. ¿Qué pensará el genio al darse cuenta de que ni siquiera pudo cumplir con su última voluntad?

 
 
 

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