Entre ciclos y reflexiones
- Olga Micha
- 30 dic 2024
- 4 Min. de lectura

Anaïs Nin escribió que ella no hacía resoluciones de año nuevo. Que el hábito de hacer planes, criticarse, sancionarse y moldear su propia vida era, para ella, más bien, un ejercicio cotidiano. Y aunque para mi tambien lo es, creo que marcar un principio y un fin en las etapas de nuestra vida, aunque sea solo en nuestra imaginación, nos da la posibilidad de reinventarnos. Es como presionar el botón de reinicio del teléfono, que si ocasionalmente no lo usamos, corremos el riesgo de quedarnos estancados. Este proceso de renovación no es solo útil, sino necesario.
Dividir el tiempo en ciclos es una práctica tan antigua como la humanidad. Las culturas del mundo, sin importar su ubicación, costumbres o religiones, han desarrollado sistemas para medir y organizar el tiempo. El calendario ha sido uno de los inventos más antiguos de las civilizaciones humanas y al parecer son tan necesarios, que siguen siendo parte de nuestras vidas. Más allá de si su función es útil, nos recuerdan que cada final es también un nuevo comienzo.
El otro día, leyendo un libro de física cuántica, me encontré con la idea de que para algunos científicos, el flujo del tiempo es irreal, una mera ilusión. Julián Barbour, por ejemplo, sostiene que lo que percibimos como tiempo es solo el cambio de las cosas. Medimos los ángulos de las manecillas de un reloj o el recorrido del sol en el cielo, pero lo que realmente capturamos son distancias, no tiempo. Esta idea desafía nuestra percepción, pero también subraya que el tiempo, sea real o no, es el marco en el que vivimos, creamos y evolucionamos. El tema del tiempo me parece apasionante. Sobre todo, porque exista o no, los seres humanos siempre hemos querido sentir que tenemos control sobre él.
Volviendo al tema…
Los doce meses del año han transcurrido. Entre más crezco, me parece que el tiempo acontece con mayor rapidez, imagino al tiempo como agua que intento retener en la palma de mi mano, pero que se me escapa por los bordes sin nada que pueda hacer para detener su curso.
El caso es que nuestros calendarios dejarán de tener el número 2024 para pasar al 2025, y que el ciclo, empezará de nuevo. Y solo eso, es un buen pretexto para reflexionar, hacer balance y continuar nuestro camino con nuevos propósitos.
El 2024 no fue un año cualquiera. Ningún año lo es. Sin embargo, quién hubiera pensado que, a tan poco tiempo de haber sufrido una pandemia, el mundo estaría nuevamente listo para embarcarse en guerras que parecen no tener fin. Los conflictos militares estuvieron a la orden del día. Curioso que, la película ganadora del Oscar haya sido Oppenheimer. Por un lado nos empeñamos en recordar las tragedias, y por otro, no dejamos de replicarlas.
Y es que ahora, más que nunca, estamos ante una gran paradoja, la inteligencia artificial avanza exponencialmente, mientras seguimos lidiando con problemas antiguos como guerras, hambre y desigualdad. La paradoja del progreso…
Huracanes, inundaciones, calentamiento global, políticos, activistas, manifestantes, terroristas, asesinos, el mundo contiene todo y de todo.
Pienso que el 2024 nos demostró que los contextos importan y que el malo del cuento, puede convertirse en bueno, dependiendo de las circunstancias. Que los gobiernos pueden pedir paz mientras envían armas. Que los liberales pueden volverse conservadores cuando la libertad pierde sustento. Que la apertura puede ser una bendición o una maldición, que la tecnología ilumina y oscurece al mismo tiempo, que el mundo sigue girando, que Cuba permanece aislada, que en África aún hay hambre, que el fentanilo arrasa con vidas y que las ratas del metro de Nueva York parecen estar planeando apoderarse de todo.
El mundo no se detiene y nosotros podremos estar al tanto de las noticias, de la moda, de la economía, de la sociedad. Podemos estar pegados al teléfono, viendo la vida de nuestros conocidos, aspirando felicidades ajenas, probablemente falsas, afanándonos por estar al tanto de todo. Pero de pronto, tengo la idea, de que nos quedamos estancados en el mismo lugar, de que todo alrededor se mueve, pero, entre más observamos aquellos movimientos, más nos desconectamos de nuestra propia existencia. Que olvidamos nuestros sueños, nuestras revoluciones internas, nuestra esencia.
El 2024 me recordó que no hay garantías. Que las relaciones, las pláticas, las sonrisas, los olores y sabores son y estan ahora, pero mañana quién sabe. Que los avances, el conocimiento y las herramientas sirven para muchas cosas pero no para hacernos más humanos. Que la inteligencia pronto será tan común y automatizada que tendrá el mismo valor práctico que abrir el grifo para obtener agua. Que nuestra humanidad, ahora más que nunca, radica más bien, en cómo vivimos, sentimos y nos conectamos con los demás.
Ahora que es tiempo de listar propósitos, planear objetivos y replantear prioridades, de reiniciar con doce lunas llenas, cuatro estaciones, cuatro eclipses y trescientos sesenta y cinco días por delante, cabe preguntarnos, ¿en qué deberíamos enfocarnos? El tiempo seguirá su curso, lo que hagamos con él es lo que importa.
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