Estar y no estar
- Olga Micha
- 11 nov 2024
- 6 Min. de lectura

Qué hermosa mujer, me recuerda a Melissa, la protagonista de mi última novela. Curioso que una persona esté inspirada en un personaje y no al revés. Desde que escribo, jamás me había pasado algo similar.
Acerco la silla a la pequeña mesa, me gusta sentarme aquí, es un sitio tranquilo y bien iluminado. Doy un trago al espresso cortado y volteo de reojo hacia la Melissa de la vida real. Es extraño que una desconocida pueda provocar un corto circuito en venas ajenas. Más curioso es su caminar, me gusta su presencia distraída de estar y no estar. ¡Se parece tanto a mi protagonista!, no puede ser una casualidad.
Vengo a diario y es raro ver caras nuevas, mucho menos mujeres así, que parece que están y no están. ¿Comprará un café o será de las que toman té?, ¿si me levanto y le invito un trago? Me gusta su estilo, vestido veraniego, cinturón laxo y el suéter a medio poner, en eso no se parece a Melissa, ella preferiría pantalones ajustados y jamás se atrevería a andar con el bolso abierto mientras mira el celular. Pero es que no es solo ese perfil, es la presencia la que me intriga.
Si pidió té o café no lo voy a saber, esos vasos de papel para llevar no dejan que uno resuelva misterios. ¿Cómo?, ¿pero ya se va? A punto de levantarme de la silla me tranquilizo al notar que piensa ocupar una de las mesas vacías.
Tengo la horrible característica de pensar y repensar cada vez que me quiero acercar a una mujer, me he resignado a que, si algún día encuentro pareja, ella tendrá que acercarse a mí. No es arrogancia, pero nací con una timidez irrevocable que aniquila cualquier posibilidad. Además, mi último amor resultó caótico... Aun así, aquí estoy, enamorándome de nuevo, supongo que soy un romántico irremediable.
Qué lindos labios, ¡además le gusta leer!, ¡y a Baricco!... no cabe duda de que es para mí. ¿Pero es que no se da cuenta de que la miro sin parpadear? Ni un vistazo curioso me ha regalado. Y es que es eso... Su estar y no estar.
Sin suéter es aún más bella, los huesitos laterales, cómo se llaman, clavículas. ¡Qué belleza!, como quisiera ser el causante de esa sonrisa.
Un espresso no es suficiente para armarme de coraje, voy a la barra sin quitarle los ojos de encima, por si decide hacer contacto visual. Me acerco a la barista que me sonríe y me llama por mi nombre, nos conocemos bien, desde hace tiempo el Café De La Calle Cuatro es mi oficina y mi biblioteca. Me atrevo a preguntarle en voz baja si aquella mujer había venido antes, que no, me responde y aprovecho para indagar si lo que está tomando la morena, es café o té. No me gusta quedarme con dudas y aunque parezca irrelevante, los placeres de mi enamorada son una prioridad. Cuando me dice que es café sonrío, un punto más para la Melissa de la vida real.
Vuelvo a la mesa, con mi espresso doble, esta vez lo pedí grande. No es un día cualquiera, imagino cuando mis nietos me pregunten cómo conocí a su abuela. Sin duda el café le dará un toque especial a mi relato.
Melissa, no descruces las piernas que se me acelera el corazón. Descruzo las mías, necesito respirar. Esta mujer me inquieta. ¿Cómo me acerco?, ¿qué le digo?, ¿le pregunto si ya llegó a la página que habla de la flor azul?, ¿le recito un poema de Rilke?, o mejor le cuento del parecido que tiene con Melissa. Hola, soy escritor y creo que te saliste de mi novela, al menos sería una forma original de entablar conversación.
¿Cuál será su pasión?, me gusta su sencillez, ni pulseras ni collares que distraigan al espectador. Esos ojos verdes son joyas suficientes para derretir timideces. ¡De nuevo!, ¿vas a descruzar la pierna?, pero dime, ¿por qué estás y no estás?, anda voltea y demuestra que esto no es cualquier casualidad.
La miro y me parece un lindo gesto ese de poner un mechón de cabello detrás del oído, me gustaría estar a su lado y hacerlo por ella. Arremango mi camisa, decidido a acercarme de una buena vez. Me cercioro de que no lleve anillos, qué tal que está comprometida, que tiene pareja. Una vez más el miedo me hace su jugada favorita, pienso en los contras, en las barreras, en lo que no, en por qué no y en que mejor no. La posibilidad del rechazo entume mis extremidades, la miro, ella deja el libro sobre la mesa, levanta la cara y por primera vez desde que llegó al café, parece estar más presente que ausente. No tarda en percatarse de que la observo, cruzamos miradas, un segundo, máximo dos, tiempo suficiente para que se remuevan mis entrañas.
Se abre la puerta y enseguida reconozco al pianista que desde la entrada me agita la mano, es un buen amigo, él me habla de acordes y yo de puntuaciones. Se sienta en mi mesa, su amplio torso me obstruye a Melissa por lo que tengo que moverme con todo y silla hacia la izquierda para mirarla de nuevo. El pianista se da cuenta de que no tengo ganas de hablar, se gira para descubrir la razón y me pregunta sorprendido, ¿a poco te gusta?, ¿qué si me gusta?, respondo, tengo una hora ideando un plan para acercarme, ¿no es hermosa?, ¿no se parece a Melissa, la bailarina de mi novela? El pianista vuelve a girarse con disimulo, es linda, pero nada fuera de lo común, y la verdad que no, así no me imaginaba a Melissa.
Menos mal que el amor es relativo, me digo.
¿Pero qué tanto?, levántate y háblale, me insiste. Me quedo pensando en la magia de esta incertidumbre, cuando todo es posible y nada es aún, cuando la imaginación es el único límite... Y es que, por lo general, una vez que se da el paso hacia la realidad, el desencanto llega. El pianista insiste, acércate, ¡dile algo!, tampoco es para tanto, es más, si quieres yo voy y le digo que la quieres conocer, resuelve y se levanta de la silla. Su propuesta me asusta, me levanto junto con él, nada me parece más patético que los intermediarios. Doy un paso hacia ella, calculo que serán en total diez. Me da taquicardia y siento la cara caliente, estoy seguro de que me he sonrojado. Apenas voy a la mitad de la corta distancia y el sonido de un celular me saca de mi abstracción. Es el de Melissa, que responde con una voz sutil y me fuerza a desviarme hacia la barra dónde ponen el azúcar y las servilletas. Me hago el tonto, remuevo los sobrecitos, los reacomodo y escucho su voz con curiosidad.
—En el café de la calle cuatro, aquí te espero —dice Melissa antes de colgar.
Vuelvo entonces a mi mesa, pongo atención a la música de fondo, Fly me to the moon en versión instrumental, qué ganas me dan de volar hasta la luna y ahorrarme las sugerencias de mi amigo el pianista, parece divertido con la situación, ríe en fuerte cuando le digo que la morena espera a alguien.
—¿Eso qué?, ve y háblale.
—¿Si tiene su novio?
—Te conviertes en su amante.
—Qué practicó eres, ni pareces músico.
—Uno compensa en esta vida.
—Eso sí, pero ¿qué carajos le digo?, es ridículo acercarse a alguien así nada más porque sí.
—Lo ridículo es no hacerlo.
—Eso también.
Miro a Melissa, de nuevo cruzamos miradas, esta vez ella corresponde a mi sonrisa. Me siento hechizado, ese gesto universal que se presta a un millón de interpretaciones me abre la puerta. Inmediatamente, Melissa se va, no de manera literal, pero hace lo suyo que es estar y no estar. Detalles imprecisos que me advierten que ella es fugaz. Me levanto de nuevo, el pianista me propone decirle que siento que la conozco de algún lado. A mí me parece un cliché y aunque detesto usarlos en mis novelas admito que en la vida real a menudo funcionan.
Me levanto y siento la manzana de adán retumbarme en la garganta, los nervios hacen que me den ganas de hacer pipí, me decido ir antes al baño, eso de pensar y no actuar me hace transpirar como primate. Mi amigo se burla al ver que otra vez he cambiado de dirección. Vacío mi vejiga y enjuago mi rostro, me miro al espejo y noto el brillo en mi mirada, me alegro de que, a mi edad, pueda todavía sentir lo que sentía de adolescente.
Abro la puerta, renovado, completamente decidido. No contaba con que la mesa de Melissa estaría vacía. Mi amigo también ha desaparecido. ¡Lo mato!, digo en voz baja creyendo que algo le ha dicho y que planea hacerme una broma.
No están por ningún lado, salgo del café, el pianista está ahí, de pie sobre la banqueta observa anonadado hacia la acera de en frente.
No tardo en poner la misma expresión que él.
Melissa,
mi futura,
esposa,
se besa,
se besa,
se besa,
con una,
hermosa,
mujer.
El pianista pone su mano sobre mi hombro, incrédulos, nos reímos a carcajadas.
—Al menos ahí tienes material para tu siguiente novela —afirma.
—Buena idea. Supongo que hablará de los riesgos de fantasear.
—¿Cómo se va a llamar?
—La magia de estar y no estar.
Comments