La odisea del salmón
- Olga Micha
- 13 ene
- 3 Min. de lectura

Observé los pescados sobre el hielo mientras esperaba mi turno en la pescadería del súper. Esta sección siempre me ha parecido extraña, casi surrealista. Los cuerpos de los peces expuestos, con sus miradas perdidas, sus ojos vidriosos, sus texturas y colores que aparentan frescura, pero que no son más que cadáveres en conservación.
El caso es que solo quería comprar un filete de salmón. El salmón nunca está entero, le quitan la cabeza, las vísceras, la cola. Por eso no lo percibo igual que a las mojarras o a los huachinangos, que descansan ahí con sus cabezas intactas. Hay algo en los ojos, creo. Algo que conecta, un diálogo silencioso que siempre me impacta.
Llegó mi turno. Se acercó el pescadero y pedí un filete de salmón, salvaje y no tan rosado. Desde que supe que a los salmones de criadero les tiñen la carne con productos sintéticos, desconfío de los que tienen un color demasiado intenso. Prefiero los de tono más pálido. Aunque ordené uno salvaje, cuya piel rosa es natural y esperada —al igual que los flamencos, obtienen ese color de su dieta basada en peces y crustáceos—, siempre queda la duda de si realmente es lo que te venden. Por eso, por si acaso, opté por uno más palidito.
Con el filete sobre la charola de unicel, no pude evitar pensar en la vida del pez que me iba a comer esa tarde. Así fue como comencé a indagar sobre él.
Lo que descubrí me pareció fascinante.
Aunque los salmones viven la mayor parte de su vida en el océano, se reproducen en ríos de agua dulce. Nacen en el río, luego pasan hasta cuatro años en el mar, y cuando alcanzan la madurez sexual, regresan al río exacto donde nacieron para desovar. ¿Cómo lo logran? Estos peces detectan el campo magnético de la Tierra para orientarse en el océano y, en los tramos finales del viaje, su olfato excepcional los guía al reconocer el olor único de su río natal.
Los salmones poseen una resiliencia increíble para adaptarse tanto al agua dulce como a la salada. Durante su migración río arriba, su color se vuelve más vibrante para atraer parejas. Los machos, además, desarrollan una joroba pronunciada y mandíbulas curvadas que les dan un aire agresivo, útil para intimidar a otros machos. El viaje de los salmones para regresar a sus ríos de origen es, literalmente, épico. Tras años en el océano, recorren hasta cuatro mil kilómetros enfrentándose a saltos, cascadas, corrientes turbulentas, depredadores, aguas heladas y desafíos constantes.
¿Para qué tanto esfuerzo? Aquí viene lo más sorprendente, una vez que llegan a su destino, desovan… y después, la mayor parte de los peces muere. Este sacrificio, sin embargo, enriquece el ecosistema fluvial, ya que los nutrientes de sus cuerpos fertilizan el agua y el suelo.
¿No suena a poesía? Me recuerdan a Odiseo, a Don Quijote. Emprender el viaje para madurar, para crecer, superar obstáculos, sufrir, vencer los miedos, equivocarse, pasarla mal, pasarla bien, aprender, reaprender y, al final, regresar al origen para cumplir un propósito mayor. Dejan un legado de vida nueva y, como cualquier héroe, se sacrifican por algo más grande que ellos mismos.
No voy a mentir, no me costó trabajo comerme el filete de salmón aquella tarde. Lo preparé con espárragos, limón amarillo y aceite de oliva. Estaba delicioso, no sabía a pescado (¿a quién le gusta que el pescado sepa a pescado? ¡Ja, ja, ja!). Aquel salmón me dejó con un buen sabor de boca y me brindó una serie de aprendizajes.
La resiliencia y la capacidad de adaptarse al cambio son indispensables para emprender cualquier viaje. La conexión con los orígenes está grabada en el GPS de nuestra alma, tan profundamente que podemos reconocer nuestro lugar a pesar del tiempo y la distancia. Sacrificarse por un propósito mayor da sentido a la existencia, aunque esta sea breve y silenciosa. Y, lo más importante, tener un propósito puede transformar los desafíos más arduos en aventuras emocionantes.
Los salmones no hacen ruido, pero su existencia impacta profundamente la tierra y las especies que los rodean. En silencio, dejan huella.
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