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Mentiras Piadosas


—Papi, ¿por qué dices mentiras?

Antonio se queda mudo, suelta el tenedor y mira a su hijo sin entender el comentario. En ese instante, su cerebro proyecta como una película, lo que será el resto de su día.

 

Llegará al gimnasio. El entrenador lo saludará, le preguntará cómo está y él responderá, ¡muy bien!, gracias. Esa será la primera mentira piadosa del día. Sabe que no está bien. Pasó la noche sin dormir, desde que sufre de ansiedad, tiene un insomnio infernal. Su negocio va mal… su esposa no lo sabe. No la ha querido preocupar, piensa que eso no le ayudará a aligerar la carga, que hay bultos que, si se comparten, pesan el doble. Antonio se siente viejo, desganado, harto. Pero el gimnasio no es el lugar para sacar sus trapitos al sol, y el entrenador no tiene por qué enterarse de sus múltiples complicaciones.

 

Seguramente, al salir, recibirá el texto cotidiano de los miércoles, el grupo de WhatsApp de sus cuates confirmando la asistencia a la comida semanal del día siguiente. Irán respondiendo. El amigo chistoso enviará el típico meme políticamente incorrecto, el que siempre molesta le tirará mierda al que se deje, el intelectual preguntará si ya escucharon sobre las nuevas regulaciones gubernamentales y el financiero contestará que lo que realmente le preocupa es el tipo de cambio. Entonces, sin pensarlo demasiado, Antonio soltará la segunda mentira piadosa del día, les quedaré mal, güeyes, tengo una cita importante.

 

Nadie lo cuestionará. Esas pequeñas farsas cotidianas son aceptadas sin problema, no lastiman a nadie… salvo, quizá, a quien las dice.

 

El día continuará y Antonio dirá la tercera mentira blanca al recibir la llamada de la ejecutiva del banco. La señorita le advertirá que su adeudo será enviado al buró de crédito. Él asegurará que tendrá el pago antes del fin de semana. Colgará la llamada con un sabor amargo y unas tremendas ganas de estrellar el celular contra el pavimento.

 

Luego, para colmo, tendrá que poner la mejor de sus caras, porque verá a un cliente potencial. La cuarta mentira del día consistirá en asegurarle al tal López, que aquel negocio no conlleva ningún riesgo. ¿Quién carajos sabe de riesgos?

 

Llegará a casa, agotado, con ganas de tirarse en el sillón a ver la película de Un día de furia. Pero su esposa le pedirá salir a cenar. Últimamente no han convivido, y ella querrá contarle lo que le pasó a su amiga Leonor, los berrinches semanales de sus hijos y un millón de cosas a las que Antonio asentirá sin oír. Quinta mentira, no estoy cansado, claro que quiero ir a cenar.

 

Entonces vuelve a la realidad. Aparta el plato y mira a su hijo, que sigue ahí, esperándo.

 

—Hijo, ¿por qué dices eso de que siempre digo mentiras?

 

El niño lo mira, con la sencillez de quien dice la verdad.

—Porque siempre dices que nos llevarás a la playa… y nunca lo haces.

 

 
 
 

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