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¿Quién dijo chisme?

¿Por qué será que el chisme es una de esas cosas que a pesar del paso del tiempo sigue siendo tan vigente? Robin Dunbar (antropólogo, psicólogo y especialista en primates) comparó el chisme con el grooming o aseo social de los monos. Osea, eso que los primates hacen de quitarse los piojos mutuamente es, según Dunbar, nuestra versión humana de chismear.

 

Parece una actividad superficial y poco profunda, pero en realidad, cuando los primates se limpian los bichos, crean un vínculo que refuerza su relación. Y así, mientras los monos construyen conexiones quitándose los parásitos, él dice que nosotros lo hacemos compartiendo información sobre otros.

 

Es curioso que la etimología de la palabra "chisme" provenga del latín schisma (división), pues en la práctica el chisme parece hacer todo lo contrario, unirnos (al menos con las personas con las que chismeamos).

 

No sé cuál haya sido el primer chisme de la historia, pero apuesto a que nació en el instante en que el número de humanos en la Tierra pasó de dos a tres, porque para que exista el chisme, hacen falta al menos dos conspirando sobre un tercero. Seguramente en ese momento también surgió la necesidad de encajar y el miedo al juicio ajeno. Todo tiene su consecuencia, incluso algo tan intangible como las palabras. 

 

Pero, ¿por qué nos encanta tanto? Pienso en cualquier conversación cotidiana. Si hablamos del clima o del tráfico, usamos un tono de voz neutro, no nos brillan los ojos, ni se nos sonroja la piel. Pero apenas surge un chisme y, ¡boom!, se nos iluminan las caras, nos inclinamos hacia adelante, aumentamos el tono de voz y ponemos atención. Nos metemos en la plática con la pasión de un maratonista llegando a la meta. Y es que nadie puede negar que el chisme nos fascina. De hecho, la ciencia dice que cuando chismeamos, el cerebro libera dopamina, la misma sustancia que se genera al enamorarnos, hacer ejercicio, reír, o comer bien. O sea, en la lista de placeres humanos, el chisme está justo ahí, compitiendo con las mejores sensaciones de la vida.

 

¿Qué sería del mundo sin él? Las abuelas, en lugar de tejer mientras critican a la vecina, estarían en completo silencio, melancólicas por el paso del tiempo y los achaques de la edad. Los esposos, después de un día entero sin hablar más que de la lista de compras y de los niños, se iluminarían de repente cuando uno menciona: ¿Te enteraste de lo que le pasó a...? Y por fin, ese pequeño momento de complicidad los conecta, como si se entendieran mejor que nunca. O las amigas que toman café dos veces a la semana, ¿para hablar de qué? Del trabajo, la vida personal, los hijos, las nanas. Pero ¿a qué hora se pondría entretenido? ¿Cómo podríamos compararnos con los demás si no hablamos de ellos? ¿Cómo sentirnos más suertudos y afortunados si no podemos ahondar en las miserias ajenas? Ni por nada... Bien dicen que las desgracias de los demás nos sirven de consuelo en nuestras propias miserias.


No hombre, si al final somos criaturas complejas y llenas de contradicciones… tan complejos como básicos según nos convenga. Pero el chisme, como todo, también tiene su lado oscuro.

 

La verdad es que el chisme, para bien o para mal, es un asunto de conexión social. Compartir información sobre los demás nos hace sentir más cerca de quienes chismeamos. Fortalecemos lazos y creamos un sentido de pertenencia. Si dos coincidimos en que el tercero es un grosero, ya tenemos un secreto en común. Estamos más unidos por pensar igual y, probablemente, no querremos cambiar nuestra opinión sobre el otro, porque eso implicaría traicionar al compañero de chisme. ¿Cuántas veces no hemos hablado mal de alguien y, por alguna razón, terminamos por convivir con esa persona y descubrimos que, en realidad, nos cae bien? Pero no... no lo aceptamos tan fácilmente. Lo que salió de nuestra boca en un momento impulsivo y sin pensar, se convierte casi en un compromiso eterno. Así que lo reafirmamos por los siglos de los siglos, aunque ya no tenga mucho sentido.


Somos tan básicos (¿o no eramos complejos?) ja, ja, ja… Pero insisto. Por mucho que el chisme tenga mala fama, es también un regulador de comportamientos sin necesidad de normas. Nadie quiere que lo critiquen, y cuando nuestras acciones son mal vistas y criticadas, intentamos no repetirlas… Al final lo que queremos es ser aceptados dentro del clan. Y claro, nada como sentirte observado todo el tiempo para tomar decisiones “inteligentes”.

 

Lo malo es que, en el intento, vamos soltando pedacitos de nuestra autenticidad. Supongo que ese es el precio a pagar por encajar. Habrá que analizar si no es demasiado alto…

 

Bueno, ya que he “alabado” al chisme constructivo y bien intencionado, ahora toca hablar de una triste realidad. El chisme, tanto a corto como a largo alcance, también puede tener consecuencias tremendas. Un chisme puede cambiar el rumbo de una vida… incluso, el rumbo de la humanidad. De hecho, ha estado presente en muchos de los momentos más oscuros de la historia.

 

Hay un cuentazo de García Márquez en el que una señora despierta y les dice a sus hijos: “algo muy grave va a suceder en este pueblo”. Nadie sabe exactamente qué es lo que va a pasar, pero el simple hecho de que ella lo diga basta para que todos los habitantes del pueblo se frikeen. Y hago alusión a ese cuento porque sería increíble que esas fueran puras cosas de ficción… pero en la vida real, el chisme colectivo ha sido una de las armas letales más utilizadas en la historia.

 

Durante la peste negra, se difundió el rumor de que los judíos habían envenenado los pozos de agua, lo que dio como resultado miles de muertes y masacres.

En la Edad Media, acusaban a cualquiera de herejía o brujería, y las hogueras estaban a todo.

 

O en otros temas… el pánico de 1929, en un martes que se terminó llamando martes negro, comenzó con simples especulaciones sobre la caída de los mercados. Esas voces fueron suficientes para provocar una venta masiva de acciones que terminó con personas tirándose por las ventanas de los rascacielos de Nueva York.

 

Y para no irnos tan lejos, hace apenas cinco años nos limpiábamos los zapatos con tapetes desinfectantes para no contagiarnos de Covid. Sanitizábamos las compras del súper antes de que cruzaran la puerta de la casa. Chismes generados por expertos… pero chismes, finalmente.

 

El punto es que los chismes son todo menos inofensivos. El chisme tiene mucho, mucho poder.

 

¡Sigamos chismeando, pues!

 

¿Alguien quiere ir a echar un café?

 



 
 
 

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