Unas horas en el "Torito"
- Olga Micha
- 11 dic 2024
- 16 Min. de lectura

Presidente Masaryk con sentido a Palmas se encuentra abarrotado de autos. Son las 2:00 a.m, salimos apurados del bar, justo a tiempo para recoger el coche que hemos dejado en un valet parking a algunas cuantas cuadras del lugar. Llegamos y el joven del valet nos informa que ya merito se van. Qué suerte, pienso. Planear dejar el coche estacionado y regresar en Uber no es algo siquiera a considerar, (si partimos desde el punto de que nos salimos del bar exactamente con el objetivo de alcanzar al valet parking y, por lo tanto, al coche). Además, pese a que sí he tomado algunas copas, no me siento alcoholizada, ni siquiera mareada. Yo manejo, le digo a Abraham, mi esposo, y enciendo el auto.
Mi único objetivo es encontrar la primera vuelta en “U” para tomar el camino con menor probabilidad de alcoholímetros (Constituyentes). Todas las vueltas en “U” que encuentro en mi camino están bloqueadas con botes azules y por lo tanto no tengo salida. Al fin, la última vuelta, la encuentro abierta, pero debido a que ya recorrí todo Masaryk y hay demasiado tráfico, decido continuar por Palmas.Metros más adelante se vuelve a entorpecer la circulación y no tardo en darme cuenta de que se debe a un alcoholímetro. Me detiene el policía, al igual que al auto de en frente que ya se ha marchado, y me pregunta si he ingerido alcohol. Yo, ingenua y estúpidamente, le respondo que sí, que me he tomado dos copas. (Ahora que lo pienso, considero que darle aquel detalle de dos copas, es definitivamente un rotundo error).
El policía me hace bajar del auto (algo que yo no debí haber hecho), pero una vez más, estúpidamente lo sigo y me lleva más adelante a hacer la prueba. Saca una boquilla de un empaque sellado y la coloca en un medidor. Soplo una vez y me insiste que tengo que hacerlo de nuevo (algo que hoy también sé que es una estrategia para incrementar la concentración de alcohol) pero yo crédula e idiota vuelvo a soplar. El poli me muestra orgulloso que mi resultado es 4.3, así mismo me indica que el límite requerido es 4.0. Ya valí madres, pienso. Pero vamos, estamos en México, seguro que ahorita se arregla, intento tranquilizarme.
Mientras tanto Abraham se baja del coche y camina hacia donde yo estoy. Le doy la noticia de que reprobé el examen y reacciona, reclamándole enérgico al policía, quien le recomienda permanecer tranquilo. Recibo una llamada telefónica de Leña, un amigo con el que salimos esa noche. Él ya ha pasado el alcoholímetro a salvo, pero ha visto que estamos atorados. Me informa que viene al rescate. Abraham lanza palabras en árabe con acento pronunciado y miradas afrentosas hacia dos policías femeninas a quienes a partir de ese momento me encomiendan y que se notan cada vez más ofendidas.
Me abren la puerta de la patrulla estacionada y me invitan a sentarme en el asiento delantero, yo coopero y ellas aguardan afuera (no me vaya a escapar) mientras que en el asiento trasero hay otro compañero mentando madres porque tampoco pasó la prueba. Yo estoy calladita... pensando, no pasa nada, ahorita se arregla, y mirando hacia afuera a Leña, insistiéndole una y otra vez al policía.
La esperanza es lo último que muere así que yo estaba segura de que ya mérito me dejaban ir.Ha pasado alrededor de una hora en la que Abraham y Leña van y vienen con un policía y con otro, yo desde mi asiento veo que llega otra patrulla zarandeándose y crujiendo como si fuera una verdadera antigüedad. Me cae el veinte de que no se lograron arreglar con los polis y obedezco a mis vigilantes, quienes me indican que baje del auto.
Desciendo y ahora subo a la parte trasera de la patrulla desvencijada, la que recién llegó. Me poso sobre el asiento (si es que se le puede llamar así a una superficie con una dureza sin igual), ya que un plástico rígido sustituye al usual sillón acolchonado. Las policías de complexión gruesa (las mismas que custodiaban la puerta de la otra patrulla) se suben en los asientos pegados a las ventanillas, por lo que yo permanezco bien aplastadita en el centro. Pregunto amistosamente que por qué no me han llevado en la otra patrulla y me dicen que porque no sirve… Me informan también que me van a llevar con el juez para que me ponga mi sentencia y agregan que le diga a mi acompañante que se tranquilice porque si no me va a ir peor. Abraham sigue con sus términos del sudoeste asiático.
La creencia de que mi salvación llegaría comienza a desvanecerse. Mientras espero, pienso en cómo hasta la más nimia decisión puede ser determinante para el futuro.
Por fin me escoltan al camión policiaco donde hay tres tipos sentados. Uno de ellos (parece ser el médico, ya que porta una bata blanca) me encuesta acerca de lo que ingerí; me pregunta si soy alérgica a algo o si sufro de algún padecimiento importante. Yo respondo a todas sus preguntas y posteriormente me dice que vuelva a la patrulla y que cuando el juez tenga la sentencia me volverán a llamar. Hace hincapié en que no puedo esperar en la calle porque ahora que estoy detenida soy responsabilidad de ellos, así que vuelvo a la patrulla escoltada por mis policías asignadas para regresar al mismo camión alrededor de veinte minutos después.
En la segunda visita al camión me atiende directamente el juez, éste me pide mis datos (nombre, dirección, teléfono) y me toma una foto en la que por pura costumbre sonrío. Me informa que mi sentencia es de veinte horas en el torito y que a pesar de haber sobrepasado el límite solo por un poquito yo no debí manejar y, por lo tanto, debo pagar la sentencia.Ya nada que hacer... pregunto si no hay otra forma de asumir la consecuencia y la respuesta es NO. Le digo que si me recomienda hacer algo en particular y me dice que le llame a un abogado. Me aclara que afuera del torito varios abogados me ofrecerían amparos, y que tenga cuidado porque “la gente de ahí es bien corrupta.”
Todavía me queda la duda acerca de si él está libre de pecado.
Desciendo y me apresuro a entregarle mis anillos a Abraham; previamente ya le había dado mi bolsa, así que emprendo el camino sin nada, eso sí con botas de tacón y algo de maquillaje. Las policías me escoltan de nuevo a la patrulla destartalada. Ocupo mi tieso asiento en el centro de las polis que ahora se notan aún más enojadas en vista de que tendrán que acompañarme hasta el torito ubicado en la pintoresca sección de Tacuba.
Son las 4:00 am, llevamos dos horas con el asunto y solo pienso en que mis hijos ya pronto se van a despertar. Le intento llamar a mi mamá, pero después de contestar y no escucharme, decide que seguramente será una llamada de extorsión (típicas de nuestro país) y descuelga el teléfono hasta la mañana siguiente. Tengo una rayita milimétrica color roja en la pila de mi celular. Le chateo nerviosa a Abraham constantemente que haga algo con el tema de los niños porque la muchacha se va a ir a las 6:00 am. Él responde una y otra vez, no te preocupes, lo cual provoca que me preocupe aún más. Me asomo por las rejillas de la ventana, preguntándome cuánto faltará para llegar. Siento que ya llevo un rato sufriendo las sacudidas de la patrulla. Sin perder el control y flojita y cooperando, me encomiendo a Dios para mi ingreso al torito, volteo a ver mis botas de tacón y me siento completamente ridícula. Al menos llevo un saco, agradezco en silencio, pues soy muy friolenta.El peor momento es sin duda al llegar al lugar. Mi corazón se acelera al percatarme de que las guaruras femeninas se bajan de la patrulla y me dejan adentro del auto sola con el chofer. Vuelvo a asomarme por los hoyos y veo a Abraham parado en la calle. Da un paso adelante y la comitiva de policías que están ahí le llaman la atención y le advierten que no se acerque, que no se baje de la banqueta. Ya estoy pariendo chayotes. Para colmo, me está reventando la vejiga, por lo que me armo de valor y le pido al poli-chofer que si me dan chance de ir al baño.Muy nerviosa y en vista de que mis opciones se han reducido a cero, respiro profundo y deseo que el baño esté decente.Me meten a una puerta y lo que alcanzo a ver del Centro de sanciones administrativas y de intervención social o, como le llaman coloquialmente, el torito, es una pequeña recepción donde se encuentra una policía con aires de reina ubicada detrás del escritorio descuidado; en frente hay tres sillas de aluminio rejoneadas y soldadas a la pared. Antes de darme acceso al baño, me hacen pasar al cubículo del doctor. Yo pienso, ¡en la madre! ¿Qué doctor, qué me van a hacer?, un tipo de mediana edad me extiende la mano para saludarme y me hace una serie de preguntas, si sufro de alguna enfermedad o si me lastimaron los policías antes de ingresar, respondo negativamente y me hace escribir sobre una bitácora, no acepto que me revisen, junto con mi firma.Uffff respiró aliviada Y regreso a la diminuta recepción. Al fin me dan permiso de pasar al baño. Entró a los retretes de paredes amarillo pastel y, a pesar de que no está sucio, adopto la postura de aguilita que llevo practicando desde mis cuatro años. No hay papel, pero por fortuna yo siempre llevo un kleenex en mi mano.
Vuelvo a la recepción y la policía me indica que tome asiento en las sillas inmóviles, ya que está atendiendo a otras dos compañeras recién ingresadas. Una de las jóvenes le insiste a la jefa que no se va a quitar el arete de la nariz. La policía le advierte que a ella no le hablé en ese tono y que, si ella decide que se lo va a quitar, se lo va a quitar. Al final la policía accede y las compañeras ingresan al establecimiento. Me queda claro que o me comporto con sumisión o me llevará la chingada. Así que hago todo lo que la jefa indica. Me quito mis pertenencias y entregó el celular, no sin antes recibir una llamada de atención porque me tomé el atrevimiento de enviar un último mensaje a Abraham antes del encierro. Entregó mis aretes, un cargador que llevaba en la bolsa de mi pantalón y un collar que olvidé darle a Abraham previamente. Me desprendo de mis posesiones pensando que dejarán de ser mías una vez que estén en manos de la jefa. Algo que, a decir verdad, en ese momento no me preocupa demasiado. Yo solo quiero cumplir mi condena y salir de ahí sana y salva. Mas no puedo evitar pensar que en un país en donde el cumplimiento de las leyes es tan relativo, nunca se sabe... así que no sería nada sorpresivo que las pertenencias de los condenados desaparezcan. Más aún cuando se nota la inmensa hambre y ganas de chingar de las figuras de poder.Me entregan mi hoja correspondiente y me hacen recorrer un pasillo de unos diezmetros de largo con tres o cuatro celdas de cada lado. Me asomo con disimulo y veo a algunas mujeres acostadas en los catres y a las dos recién ingresadas sentadas charlando dentro de la misma celda.Los tonos de las paredes son blancos con toques de verde chillante y hay dos literas dobles en cada aposento; con esto me refiero a colchones plásticos sobre bases de concreto.
Me dirigen al final del pasillo donde hay un estante con cobijas a cuadros dobladas y apiladas. La policía me indica que tome una y yo lo hago sin rechistar a pesar de saber perfectamente que no la voy a usar. Posteriormente me hacen pasar a mi celda donde hay una mujer dormida. La policía cierra la reja, yo dejó la cobija doblada sobre el catre inferior disponible y tomó asiento con cautela. Me llama la atención una bolsa de plástico vacía que está colocada sobre el colchón y supongo que es por si alguien se lo quiere colocar en la cabeza (por aquello de los piojos).
En mi campo visual está la mujer con la que comparto habitación, inmóvil y tapada con una cobija de cuadros igual que la mía. Parece profundamente dormida. A mi derecha las rejas blancas y después del pasillo la celda de en frente con una mujer recostada.Escucho susurros de la conversación de dos convictas, primero se ríen sin parar y luego una de ellas se pone a llorar. Respiro profundamente y pienso que es hora de aplicar lo que he aprendido en tantas sesiones de yoga. Voy a meditar, pienso. Así que con mi postura sentada en el borde del catre cierro los ojos y respiro. Escucho que abren y cierran puertas y que hay nuevas integrantes dándose de alta. No sé cuánto tiempo permanezco así, pero cuando abro los ojos me digo, esto se me va a hacer eterno, escucho que una de las mujeres que acaba de entrar se queja con el doctor que le duelen las muñecas. Al parecer puso resistencia para su captura y las polis la esposaron.Una vez que he visto el sitio y que las dudas de a dónde me llevarían se han esclarecido, me siento más tranquila. Sé que afuera Abraham ya contactó al abogado para tramitar mi amparo, así que espero salir en unas tres horas.Permanezco sentada un rato más, pero pronto me doy por vencida, observo con detenimiento el colchón asegurándome que no haya ninguna especie insectívora rondando por ahí y me recuesto en posición fetal ocupando el menor espacio posible. La temperatura ha bajado, pero no utilizo la cobija. Me siento más segura ahí adentro de mi celda, confío en que ahí voy a permanecer el resto de la condena e intento dormitar sin éxito para agilizar el tiempo.
Momentos después mi compañera de celda comienza a moverse, se ha despertado. Se levanta y me saluda. Yo respondo al saludo y ella me pregunta ¿por qué te agarraron? a lo que yo contesto, el alcoholímetro, y ¿a ti?, pregunto con curiosidad. Comercio, me responde. Yo supongo que es de las que venden artículos de manera ilegal. Nos sonreímos mutuamente.
Ella se asoma por la reja y pregunta a la policía que qué hora es, las 6:30 responde la policía. Mi hora de salida era a las seis, le dice mi compañera y la policía ofendida le responde, pues la interesada en salir eres tú, ¿qué quieres que te venga a avisar?La mujer se pone sus zapatos, toma una bolsa con algunas provisiones alimenticias y se retira diciéndome bye.Vuelvo a mi postura fetal... ya son 6:30 por lo que no deben tardar mucho en sacarme de aquí, pienso. Ya mero concilio el sueño cuando escucho unos aplausos que provienen del pasillo. Una policía comienza a gritar ¡levántense!, doblen sus cobijas y pónganlas en su lugar.Shit, pienso, ¡ahora que! Me levanto como resorte y tomo con las puntas de mis dedos la cobija doblada. Salgo de mi celda y recorro el pasillo para colocar la cobija en el estante. Comienzan a salir todas las mujeres de sus celdas y a una de ellas la policía le reclama, dobla bien esa cobija.Seguimos a la policía por otro pasillo más pequeño, y después de una puerta nos conduce a una zotehuela cuya vegetación consiste en una sola aralia recargada en la pared. Del lado derecho hay una puerta con un cuarto de alrededor de tres por tres metros con sillas de diferentes modelos colocadas en forma de escuadra (algunas son de terciopelo gris, otras son de aluminio y otras de color café). Tomamos asiento y la policía pregunta ¿quién va a desayunar? Todas excepto tres de nosotras aceptan el ofrecimiento. Y yo pienso que con tanta pobreza no faltarán quienes deseen de pronto ser llevadas al torito con tal de pasar una noche bajo techo, sobre un colchón y con desayuno, al menos.
Siento varias miradas que intento ignorar y una de las condenadas intenta romper el hielo diciendo, presentémonos, digan por qué están aquí. Todas comenzamos a reír excepto dos o tres a las que no pareció haberles causado gracia el comentario. La policía indica que las que van a desayunar pasen a otro lado. Yo y las otras dos nos quedamos dentro del cuarto. Una de ellas lleva un sweater rosa desgastado y por su apariencia supongo que es de clase humilde. Se mantiene seria y callada. La otra, una mujer de treinta años (porque me dijo), comienza a sacarme plática.Seguro que te agarraron en Polanco no, me pregunta.
Si, respondo algo apenada porque supongo que por Polanco quiere decir que soy una tipa de dinero.Y a ti, preguntoEn Masaryk, responde, (ósea también en Polanco). Se nota preocupada y a pesar de que yo no pregunto nada, ella comienza a platicar.
No sabes lo bien que me la pase esta noche…, estoy enojada, dice.Y continúa contándome la historia de que un amigo le llamó para invitarla a su restaurante y que ella lo fue a buscar en su coche. Cenaron y después él la Invitó a tomar un vino en la terraza de su departamento, a lo que ella accedió… No entro en detalles posteriores, pero la mujer se nota enamorada. Me dice que saliendo de ahí los agarró el alcoholímetro y que ella se sentía sumamente avergonzada con el amigo, novio o lo que sea. Comienza a llorar.
Intento tranquilizarla diciendo que no se auto flagele y que además por algo pasan las cosas; ese pensamiento que proviene de la enorme impotencia humana, y que lo más probable es que no sea cierto… pero a menudo conviene creer que sí lo es.Ella me dice que le dejó todas sus cosas al tipo (incluido su celular), y que además se le hizo muy raro que cuando revisó su cartera, le faltaban cuatrocientos pesos. El caso es que no lleva dinero, no lleva teléfono, el lunes tiene una cita de trabajo, su auto se lo llevaron al corralón, su madre está de viaje, su padre no vive en México y en resumen está sola sin nadie a quien acudir... Porque el buen amigo se fue tan pronto an ella la subieron a la patrulla. Tranquila, insisto. Y ella me dice, mientras estaba con él, yo me preguntaba ¿cuál será el cash back? Tan feliz me sentía, que sabía que tendría que dar algo a cambio. Este comentario me caló... confieso que en ocasiones me pasa lo mismo. Sólo le respondo que ¡no piense así!, que no se preocupe y que cuando menos crea esto ya se habrá terminado. La chica de rosa solo nos observa sin decir palabra y se nos une otra chica que ya ha terminado de desayunar. Humilde, con pantalones de mezclilla que le sientan grandes y una playera rayada. Se sienta junto a mí y comienza a sacarnos plática.Nos dice que a ella la agarraron en el metro porque estaba inhalando heno, o algo así, supongo que será un tipo de solvente. Ya va a ser quincena y los polis se ponen duros en estas fechas, nos dice. ¿Verdad?, le pregunta a la de rosa, esta asiente con la cabeza, por lo que supongo que las han agarrado juntas o que al menos se conocen.Comienzan a llegar las demás, una de ellas ofrece una mandarina que le sobró del desayuno. Y todas comienzan a platicar en donde las agarraron.Una iba apenas saliendo de su casa. Llevaba junto con su amiga, la chela caminera, y en la fuente de Cibeles la detuvo el alcoholímetro. Otra iba saliendo de un concierto, se tomó tres chelas de esas de vaso grande. Y así, la mayoría ahí por temas de manejar estando bajo efectos del alcohol. En ese momento me siento completamente irresponsable y admito que esto del alcoholímetro es definitivamente una muy buena iniciativa… Aunque sería mejor si los policías la hicieran como debe ser. Ya que la mayoría comentaron que les han hecho soplar dos y hasta tres veces en la misma boquilla.
Hay una mujer de la tercera edad que parece ida. Hace un movimiento raro con su mano y no habla con nadie. También hay una chica muy amable que nos dice que la agarraron por haberle roto el parabrisas a una señora que se metía con ella todo el tiempo.Veo que algunas salen a hablar por teléfono y pregunto, ¿se puede hablar?, una me responde que ella cree que tenemos derecho a hacer una llamada y yo me siento una completa ignorante al no tener idea ni siquiera de cuáles son mis derechos.Pregunto a la policía si puedo hacer una llamada y me dice que sí, pero que el señor de la tienda llega en una hora y que él es el que vende la ladatel... regreso preocupada al cuartito ya que no llevo ni un peso conmigo... por miedo a que me roben yo le di todo a Abraham y ahora me doy cuenta de que si afuera el dinero es necesario, aquí adentro el dinero es vital... pero pues ni modo. La del parabrisas ofrece su ladatel. Que tipaza, pienso. Me sorprende como a menudo los que menos tienen son a los que menos les cuesta dar... después de dos chicas que usan su tarjeta, la del parabrisas me insiste que la use. Yo le tomo la palabra y salgo al teléfono colgado en la pared. Insertó la tarjeta y marcó el número de Abraham, pero no entra la llamada. Regreso y les digo que no sirve y me dicen que debo marcar con 04455... algo que hace mucho no hago. vuelvo al teléfono y marco con 04455... me contesta Abraham y me dice que él sigue afuera y que el abogado ya va para allá. Que ya han metido el amparo y que ya no debo de tardar en poder salir.Vuelvo a entrar y le pregunto a una de las que ya lleva ahí más de un día. ¿Qué más vamos a hacer? Y me dice, a veces vienen a dar pláticas de alcohólicos anónimos o de drogadicción. Yo solo espero que el maldito tramite no se tarde mucho más.
Entra una mujer con pedazos de papel de baño y nos reparte uno a cada una. Pregunta si alguien necesita toalla sanitaria y una levanta la mano. La mujer nos dice que nos va a explicar el proceso y el tema de los amparos. Indica que si alguien mete un amparo por nosotros y no sabemos quién lo metió, no lo aceptemos ya que pudo haberlo sacado alguno de los abogados de allá afuera y si es así una vez que salgamos nos van a perseguir y les vamos a tener que pagar lo que ellos pidan. Así mismo, nos indica que el amparo no quiere decir que ya estemos libres de cumplir con nuestra condena, que eso es solo para salir en ese momento pero que posteriormente tendremos que volver para completar la sentencia.
Se detiene y mira a la policía que está en la puerta. Es cambio de turno y las van a revisar, nos aclara la mujer. Dios mío, pienso, esta policía sí me provoca algo… cuerpo de Rotoplas, pelo rojo, voz robusta y un aura más negra que el carbón. Trae su lista de nombres en la mano y comienza a nombrar a las compañeras. Veo que salen y ahí en la zotehuela, justo afuera del cuarto donde estamos, esta mujer les aprieta las pompas y les toquetea los senos… Todo esto verificando que nadie se haya atrevido a ingresar algo prohibido.
Esa sí que me da miedo. Mientras, la otra mujer está resolviendo dudas y de pronto, como caída del cielo viene otra policía a informarnos que ha llegado mi amparo y el de otras tres chicas. “Yeeeeeiii” quiero saltar de gusto. Sobre todo, porque me salve del faje de la gigantona mal vibrosa.
Salimos del cuarto sin saber que ya no volveremos a ver a las demás, así que no nos despedimos. Vuelvo a pasar con el doctor (que ya es uno diferente), me hacen firmar de nuevo, que no acepté revisión y me devuelven mis pertenencias completitas. La vida te da sorpresas.
Las otras compañeras que salen junto conmigo comentan que debemos ponernos de acuerdo para ir a pagar el resto de las horas juntas e intercambian teléfonos. Confieso que yo proporciono un número incorrecto y salgo de ahí velozmente para reencontrarme con Abraham, quien lleva toda la noche haciendo amistad con la comitiva de abogados, civiles e individuos que se encuentran ahí por distintos temas.
Me rio, me puedo reír porque no me ha pasado nada, porque me metí un buen susto, pero nadie me ha lastimado. ¿Tuve suerte?, a lo mejor, pero declaro que definitivamente nunca volvería a correr el riesgo.
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